Publicado el

De dónde vengo

En 2003, terminé la carrera de Física y empecé a trabajar como programador en una consultora tecnológica. Aquello fue bastante decepcionante. Durante la carrera parecía que con el boom de las .com a cualquiera que se dedicara a tecnología le iba a ir muy bien. Luego la burbuja se pinchó y la realidad que me encontré fue bien distinta. 

¿Boom tecnológico? te vas a enterar, chavalete.

Recuerdo que después de las entrevistas y los tests nos metían en una sala para firmar el contrato en tandas de 30, casi como borregos. Repartían los contratos como quien reparte un examen y luego lo entregabas firmado y te ibas. 

Firmé un contrato con un sueldo que era la tercera parte de las expectativas que me había hecho en la facultad. Una auténtica y dolorosa ducha fría de realidad con la que nos topamos muchos jóvenes de aquél momento, pero bueno, al menos era un comienzo. 

No tardé mucho tiempo en empezar a estar descontento en mi trabajo y hasta deprimido. Trabajaba en una industria un tanto negrera donde todas las tareas eran para ayer, porque el negocio consistía en venderle al cliente que un proyecto se hacía en x meses con x personas de x nivel y luego poner a trabajar a la mitad de personas con la mitad de nivel y darles caña para poder entregar el proyecto en el plazo acordado. 

Recuerdo que una vez en un proyecto para Cortefiel mi jefe se me acercó y me preguntó: ¿tú cuánto llevas en la empresa? – Llevo un año y medio de proramador junior, le contesté. Y me dijo: si te preguntan dices que eres analista y llevas 3 años. Así funcionaba aquello.

Era difícil imaginarse un futuro dorado viendo la clase de vida que llevaban allí los veteranos. Incluso los que estaban en puestos directivos, con sus jornadas interminables, sus emails a las 3 de la mañana, sus vacaciones relámpago, sin dejar de contestar emails, su aparente desconexión de su familia, etc.

Empezó a germinar en mi cabeza la idea de trabajar por mi cuenta, libre de las decisiones que otros tomarían por mí en cualquier empresa en la que trabajara por cuenta ajena. A la primera oportunidad de hacer algo distinto cogí la puerta y me fui.

Protección radiológica

Empecé a trabajar en una pequeña empresa (serían unas siete personas) que daba servicios a clínicas dentales y necesitaba ofrecerles control de calidad de sus equipos de Rayos X. 

Después de unos meses en el Curso Superior de Protección Radiológica del CIEMAT, me puse a medir niveles de radiación. No puedo decir que fuera emprender como tal, porque dependía de los clientes que me daba esta empresa, pero gozaba de mucha libertad y podía empezar a pensar y actuar por mi cuenta.

Cuando empecé a ir a las primeras clínicas con mis bártulos a medir niveles de radiación y a rellenar informes, me sentí genial. Me sentía libre, con un trabajo que tampoco es que fuera muy elevado desde un punto de vista intelectual, pero yo lo hacía encantado de la vida. Me cogía mi renault clío y me iba a Ciudad Real o a Guadalajara o al centro de Madrid, visitaba un par de clínicas, medía unos cuantos equipos y me volvía a casa con mis datos más feliz que una perdiz.

Luego en casa (en nuestro pisito de protección oficial) planeaba mis rutas, llamaba a los clientes, escribía mis informes y cada x tiempo iba a ver a mi jefe, al que le importaba un pito cómo me organizara yo la vida, a rendir cuentas y cobrar un buen dinerito. Me veía en unos años con miles de clientes en toda España, colaborando con otras empresas del sector, y creciendo y creciendo sin parar.

Lamentablemente las cosas se torcieron y eso duró sólo unos tres años. Me encontré en medio de una pelea entre dos empresas de las que dependía. Intenté quedar bien con todos y acabé no quedando bien con nadie. Lo fácil sería culpar a la crisis reinante, pero creo que en aquel momento tomé algunas decisiones equivocadas llevado por las prisas por construir mi negocio propio y no depender de nadie. A veces hay que ser paciente y dedicar unos años a aprender y construir lo que quieres poco a poco.

Revolución en la nube, de refilón

A principios de 2008, un momento difícil para todos, me vi sin trabajo, con mi mujer estudiando una oposición y viviendo de la ayuda de mis padres. Seguía con el esquema mental del negocio de servicios para pequeñas empresas, que era lo que había estado haciendo los últimos años. Oía hablar mucho de la protección de datos de carácter personal y de la necesidad de hacer copias de seguridad de los datos informáticos. 

Para el tipo de cliente que yo conocía, era un auténtico problema. Así que se me ocurrió montar un servicio de copias de seguridad por internet. Y lo hice, aunque no con un software desarrollado por mi, sino comprado a una empresa de EEUU. Ahora te parecerá algo trivial, pero en aquél momento eran fuegos artificiales.

El cliente solo tenía que seleccionar una carpeta en su ordenador y a partir de ahí el sistema conservaba siempre una copia de seguridad en un servidor en “la nube”, un término que en ese momento casi ni se oía. La idea era muy buena, realmente buena. Tan buena que ya existía y estaba creciendo como la espuma con un nombre que seguro que conoces: Dropbox.

Así es: pasé de refilón, sin los medios, sin el conocimiento y sin la perspectiva necesaria por una revolución que estaba empezando: el concepto de servicio en la nube. Ni siquiera en ese momento me di cuenta de las posibilidades que había si seguía intentándolo por ese camino. Pero las cosas como son: en realidad nunca he sido un nerd de la informática, para mí es una herramienta. Una herramienta poderosísima, pero no es mi pasión per se.

La etapa financiera

Mientras estaba ocupado intentando captar clientes para mi negocio del backup online empezó, como si nada, una etapa de mi vida laboral que duraría hasta 2019 y en la que  me he divertido, aprendido, sufrido y crecido intelectualmente una barbaridad.

Un día, como tantos otros, fui a ver a mi padre por su oficina de la calle Zurbano. Allí, con sus pantallas de Reuters seguía las cotizaciones de las acciones y otros instrumentos financieros. Era un mundo que me resultaba muy atractivo, aunque sabía muy poco de él. Se había propuesto sistematizar estrategias para operar en bolsa y generar beneficios, y quería que yo le ayudara a desarrollar la idea. 

Al principio iba a su oficina unas horas a la semana, a programar unas rutinas de lo más rupestre en una hoja excel, luego la cosa fue yendo a mayores. Aquello había que hacerlo a lo grande y lo más tecnificado que pudiéramos.

Cuando quise darme cuenta, estaba metido hasta el cuello. ¿Quién quiere pensar en hacer otra cosa cuando puede hacer una maquinita que compra y vende sola y gana dinero? En noviembre de 2011 me hicieron un contrato indefinido, volvía a ser empleado por cuenta ajena, pero esta vez tenía un trabajo emocionante.

El chalecito con jardín

Aquél año mi mujer y yo dejamos el piso. Estábamos encantados en Villanueva de la Cañada, así que nos compramos en la misma zona, a unos 500 m de distancia, un pareado con jardín y mucho espacio para nosotros dos y nuestra hija de un añito, y los hermanitos que esperábamos que tuviera algún día (lamentablemente luego no fue así, pero esa parte de mi historia, sin duda la más dolorosa, prefiero guardármela).

Ahí fue cuando empecé con el hobby del huerto, que es algo que creo que tengo arraigado desde pequeñito, cuando mi familia vivía en alicante y tenía un terreno con gallinas, huerto y frutales, además de que era el principal pasatiempo de mi bisabuelo, al que siempre recuerdo cortando verduras y afilando sus tijeras.

Creatividad industrializada

Ganar dinero en bolsa no es fácil, y ganarlo de manera más o menos recurrente con sistemas automáticos tampoco lo es, te cuenten lo que te cuenten. Pero nos fue bien, no espectacular, pero bien. En 2014 tenía dos programadores que me ayudaban. Yo me dedicaba a diseñar el cerebro de todo y les dejaba a ellos lo que me costaba más o directamente no sabía hacer.

Llegué a diseñar y poner en marcha una máquina que generaba estrategias por sí sola. Nosotros le dábamos ideas sueltas y el ordenador las troceaba y las combinaba para crear conjuntos completos de reglas de compra y venta. ¡No me digas que no suena a ciencia ficción! 

Ojo, que esto tampoco lo había inventado yo. Era una cosa que ya existía y se llamaba “programación genética”, un concepto precursor de la inteligencia artificial. Pero yo no sabía nada de eso, y me sentí muy orgulloso de haber sido capaz de desarrollar todo aquello desde cero. ¿Puedes decir que eres el inventor de la rueda si hiciste la primera sin saber que ya existía? 

Llegamos a tener más de 300 estrategias operando en el mercado de divisas y una “fábrica” que creaba nuevas estrategias casi cada día. Aquello era una industria tremenda metida en cuatro ordenadores súper potentes.

Por aquella época, no recuerdo exactamente cuando, hice el curso y obtuve el título de Certified European Financial Analyst, o sea, analista financiero. Como ves, tengo una formación bastante variopinta, y aún no te he contado lo bueno.

Probando de todo

Y es que por aquel entonces me dediqué a probar muchas cosas nuevas. Fue cuando hice un curso de tiro con arco, probé el vuelo sin motor, me saqué la licencia de piloto de ultraligero y me apunté a una escuela de formación profesional para aprender a soldar. Ahí acabé haciendo los tres cursos que ofrecían (tres tipos distintos de soldadura) y desde entonces no he parado. 

Empecé haciendo bancales para mi huerto, o esa, unas estructuras para elevar el terreno y crear un suelo óptimo para cultivar, luego unas mesitas y otras cosas para la casa, etc. Y cuando ya había hecho todo lo que necesitaba no podía parar, tenía que seguir enredando. 

Así que empecé a hacer algunas esculturas. Hice un par de cursillos de fin de semana de forja tradicional y en cosa de un año y pico ya estaba totalmente enganchado, mi opel corsa dormía en la calle y su hueco lo ocupaba un taller con cada vez más herramientas.

Siguiendo con nuestras andanzas financieras, curiosamente, el llegar a tener algo tan sofisticado como lo que he descrito antes nos hizo darnos cuenta de que teníamos que cambiar de rumbo. Unos cuantos goles en contra nos hicieron ver que en realidad controlábamos muy poco lo que estábamos haciendo y llegamos a convencernos de que estábamos jugando a la ruleta rusa, y eso acaba mal. 

Es muy sencillo: no hay ningún cálculo que puedas hacer hoy que te dé una idea aproximada de los resultados que puede generar una estrategia mañana, por muchos fuegos artificiales que quiera contarte cualquier gurú de pacotilla, que los hay a patadas. 

Descubrir la cantidad de gente que hay viviendo a costa de vender la ilusión del dinero fácil, y ver la cantidad todavía más grande de gente que compra esa farsa una y otra vez ha sido la cara más desagradable de mi experiencia en el mundo financiero.

El caso es que decidimos dejar de hacer lo que estábamos haciendo y utilizar lo que habíamos aprendido para crear algo menos especulativo pero que fuera mejor como inversión, y con el tiempo llegamos a tener una buena estrategia para gestionar una cartera con un gran número de valores que proporcionaba una rentabilidad superior a la de un índice de referencia y con un riesgo menor. Un objetivo mucho menos ambicioso que fabricar dinero especulando, pero con unos resultados más consistentes y fiables. 

La Champions League

En 2016 mi padre se convirtió en presidente de un pequeño banco de inversión en el Paseo de Recoletos. Así que mi compañero Raúl y yo un buen día cogimos nuestros bártulos y cambiamos nuestra ventana de la calle Espronceda por un balcón con vistas a la Biblioteca Nacional. Nuestra maquinita se iba a convertir en un sistema de gestión aplicado a un fondo de inversión abierto a cualquier persona que quisiera invertir. Nos sentíamos como si nos hubiera fichado el Real Madrid.

Mientras tanto yo seguía con mi obsesión por el acero y mi taller ya no tenía nada que ver con el de un aficionado al bricolaje normal y corriente. Además, aunque en ese momento no tenía intención de dejar el banco, ya había empezado a hacer algunas cosas por encargo, pero no encargos de los que te hace un amiguete, que luego te invita a unas cerverzas y punto, sino encargos de los que se cobran.

Una vez le dije a mi hermano, sin pensarlo mucho: “si fuera rico y no tuviera que trabajar, me pasaría la vida en mi taller”. Qué tontería de frase pensé luego, si harías esto por gusto, aunque no te pagaran, haz esto y consigue que te paguen. Así me di cuenta de que había encontrado algo que de verdad quería hacer.

Cuanto más hacía más lo disfrutaba y según iba creciendo la pasión por trabajar en el taller, y nuevamente despertó en mi cabeza la idea de trabajo por mi cuenta.

En el banco, nuestro proyecto se atascaba. Los resultados no eran malos (tampoco brillantes) pero lo de convertir nuestra idea en un fondo de inversión se ponía muy cuesta arriba.

La sensación de tirar por la borda el trabajo de 10 años y dejar tirados a los que habían participado en ese esfuerzo (aunque no fuera realmente así ninguna de las dos cosas) hacía que me costara una barbaridad dar el paso que, en el fondo, sabía que tendría que dar tarde o temprano.

El resto de mi historia ya la conoces. Y si no la puedes leer haciendo clic aquí.